Logotipo

“Tu cara me suena”. Control facial y tecnología

  13 / Enero / 2018- ¡¡Hay que tener mucha cara!! Podría ser una expresión para definir una conducta reprochable que denota un abuso descarado o aprovechamiento con engaño de por medio. Pero también puede ser un lema o consigna perfectos para señalar las prácticas que desarrollan las techo-élites, tanto estatales como privadas, que se dedican a esto del control social y la represión selectiva avanzada. Eso es lo que desvela un articulo sobre los sistemas de reconocimiento facial de Joseba Elola publicado en el País y titulado "Nos hemos quedado con tu cara”.

No es que sea novedoso pero sí es poco normal encontrar periodistas que reparen en estos temas, menos aun en medios tan influyentes y altamente emisores de la contaminación ideológica, tan sometidos a esto de los avances tecnológicos con respecto a los sistemas de control al servicio de los superpoderes y sus respectivos malignos. Vale la pena leerlo... para ir más allá..

Y es que nuestra cara es mucho más de lo que vemos al mirarnos en el espejo, muchísimo más que una parte vital de nuestro cuerpo e identidad. Nuestros caretos son también un “producto útil” en una sociedad que tiende a reducirlo todo a posibilidades de negocio y beneficio económico por una parte y por otra a perpetuar los sistemas políticos autoritarios, necesitados de las tecnologías punta disponibles para dosificar “la estupidez humana” y aplicarlas para el control directo de la población, susceptible de no verse ni representada ni identificada con el modelo ideológico-económico imperante o impuesto. Necesitan quedarse con nuestra cara, vaya. Para controlarnos y reprimirnos o para usos netamente comerciales. Otro tipo de ventajas están sometidas a estas dos, que son las que hacen posible la implantación de supuestos avances tecnológicos.

Son miles de millones de dinero dedicados a mantener estructuras secretas, opacas y piramidales tras la bambalina. Maquinarias que se mantienen como ejércitos de choque invisibles, escondidos tras millones de cámaras en todos los espacios que nos podamos imaginar. Cientos de multinacionales con miles de empleados, al servicio de cualquier estado dispuesto a recortar lo que sea... cualquier cosa menos dejar de invertir en sistemas de seguridad y de coacción.

La escusa principal, que apadrinan y enarbolan como argumento irrebatible por necesario, es; “lo prioritario es nuestro bien personal y colectivo en una sociedad inestable”. Osea que lo hacen por nuestro bien. Porque todo es por nuestra seguridad... porque no hay libertad posible si no hay seguridad que la sostenga.

Y así, una vez más, nos encontramos ante un dilema del que en apariencia siempre salen triunfantes las tesis de los adeptos a un principio muy actual del capitalismo; “créame un conflicto que yo haré un negocio”. El dilema es muy antiguo; ¿renunciar a nuestra libertad a cambio de mayor seguridad?.

Ya hubo quien se posicionó ante este asunto. Según Benjamín Franklin... «Aquellos que renunciarían a una libertad esencial para comprar un poco de seguridad momentánea, no merecen ni libertad ni seguridad y acabará perdiendo ambas».

Porque la seguridad es algo muy delicado que alguien se dedica a zarandear, pisotear, fragmentar o hacer volar por los aires a la primera de cambio. Nos podríamos permitir ciertos grados cospiranoicos si analizamos episodios como los atentados yihadistas de Barcelona (también de cualquier otra parte del planeta) si además se descubre, tarde y a tapadillas, que el supuesto líder, el “imán iluminado” que manipuló a los “jóvenes eliminados” de Ripoll, era confidente colaborador del CNI español. ¿Qué pasa... no tenían su cara en los archivos, o qué?

Con aquel atentado se pudo comprobar, cómo funcionan los sistemas tecnológicos de control de la población y su eficacia en estas guerras oscuras y sangrientas. También se comprobó los comportamientos de los medios de comunicación cumpliendo con el guión asignado; ¿informarnos? NO!!. Su papel es asustarnos, meternos miedo, justificar sus malas prácticas e intereses bajo la apariencia de inocuas noticias, objetivamente tratadas. No sería una exageración atribuirles a muchos medios periodísticos el denigrante papel de contribuir (entre anuncios de cualquier cosa inútil) a asesinar la verdad, primera víctima en las guerras.

Porque no nos quepa duda; esto es una guerra llena de intereses que se sustenta en la implantación en nuestras cabezas de un miedo, en dosis paralizantes, necesario para no molestar a sus estratégicas maquinaciones y manipulaciones, cuando no, para convertirnos en piezas colaboradoras de un sistema de vida que sólo favorece a minorías corruptas y socialmente psicopatizadas.

Como en todas las guerras, al tiempo que los daños colaterales se consideran inevitables, siempre hay quien está ampliando sus cuentas corrientes. Mientras, millones de personas ven su vida convertida en una desgracia permanente. El Mediterráneo y sus gentes saben que esto es así. Los pueblos empobrecidos o embrutecidos de otras partes del planeta también.

Y es que la seguridad puesta en boca de según quienes es un peligro a tener en cuenta. Es de lo mas inseguro. Con personas como Zoido y Cospedal, (Misnistro y Ministras de Interior y Defensa) y con mentes tan lucidas (como las que se instruyen en colegios del Opus) dirigiendo un gobierno, la inseguridad se ha convertido en un buen negocio. No es muy cristiano, es cierto, pero ya sabemos...“a Dios rogando y con el mazo dando”.

Cuando la lucha contra el terrorismo se convierte en un negocio, los tiempos de paz no son buenos para quiénes se aprovechaban de la inseguridad de terceros. Hay quienes añoran la inestabilidad y trabajan para que su oferta, de garantizar seguridad, esté de nuevo en el mercado. Y para que el personal reclame la seguridad como necesaria antes hay que partir de situaciones que faciliten esa reclamación. Si repasamos algunos episodios de la historia mas reciente encontraríamos un sin fin de asuntos muy turbios y bochornosos donde se fabrican o crean situaciones propicias para según que intereses difíciles de detectar.

Trabajan haciendo códigos penales abusivos, leyes mordaza o utilizando el delito de odio a su conveniencia. Los ejemplos abundan y sus efectos son muy duros. Raperos en la cárcel, jóvenes de Altsasu, multas en Gamonal y Murcia, represión en Cataluña, sindicalistas juzgados, etc, etc. Pero también fabricando estrategias de la tensión, beligerancias artificiales que desemboquen en conflictos reales, doctrinas del shock convenientemente administradas. Resultaría entretenido sino fuera tan trágico y espeluznante. Todo esto, aunque vivamos en la sociedad del espectáculo, no tiene nada que ver con “Tu cara me suena”.

La idea de que la tecnología ni es buena ni es mala sino una oportunidad del conocimiento humano parece muy cierta. Pero la tecnología, en su vertiente más dura, en manos de personas que no transforman el conocimiento en conciencia social solidaria, más que una oportunidad se convierte en un efecto destructivo criminal. La televisión es el mayor exponente de este fenómeno.

Todo esto dicho así suena a exageración y maximalísmo. Puede parecerlo, si. Hay quien nos lo dice con mucho arte; George Orwel en su libro 1984. Margaret Atwood en “Por último, el corazón”, en el cine lo muestran obras maestras como Brazil o series con Black Mirror. Son ejemplos que intentan advertirnos de lo que nos está viniendo encima con el beneplácito de los y las ya adoctrinadas.

El dinero virtual y la implantación de chips en nuestro cuerpo, las cámaras de vigilancia y el reconocimiento facial, la robotización de cada vez más empleos, los drones y las “armas inteligentes”, la biotecnología y la clonación, la alimentación sintética o transgénica.

Pese a ciertos grados de resistencia a estos fenómenos tecnológicos, ya hay quien se brinda gustosamente a estos experimentos y procesos de despersonalización, de desnaturalidad. Cobayas sociales a las que el color de la píldora lo mismo les da que les da lo mismo, Matrix está al girar la esquina y quién sabe donde iremos a parar, si a la verdad revelada o a la mentira prefabricada.

No necesariamente más tecnología supone mejor vida. No hay que confundir cantidad y calidad porque no es tan neutro ni equitativo el desarrollo y la implantación de según que avances y descubrimientos. Y ese sí es un verdadero dilema ¿debe la ciencia (y de rebote la tecnología) recorrer caminos en dirección opuesta a la libertad del ser humano, a la vida?

La cuestión es que no tenemos, sobre estos asuntos, gran capacidad de actuación, aunque siempre hay margenes de respuesta individuales o colectivos. Generalmente nos encontramos con hechos consumados que cuando nos enteramos ya llevan tiempo, aplicándose en experimentación o experimentando para aplicarse. Da igual, porque lo deciden y lo hacen sin tener en cuenta las opiniones y razones que ponen en cuestión los métodos que se emplean (por depredadores) para llegar a donde llegan. Y a eso se le podría llamar perfectamente tecno-fascismo o autoritarismo de las seudociencias. Claro está, en nombre de nuestra seguridad pero a cambio de la libertad. Al fin y al cabo la libertad es solo un deseo siempre por concretar, mientras la seguridad es un gran negocio muy concreto del cual los mas inhumanos sacan un ventajoso provecho para su propia seguridad. Aunque sea pagando...o si pudiesen por la cara. Por su cara bonita...que un día, la historia que está por escribir, les partirá.

J.Arteaga